Desde que nació hizo una declaración de guerra al mundo. Lloraba y molestaba todas las noches. Comía cuando quería y dormía cuando no tocaba. Despiértala tú si te atreves. Y nada cambió mientras crecía. En mi caso, no la veía como una guerra. Más bien como a Hacienda. Incluso de lo mío se tenía que llevar una parte, casi de forma obligatoria. Hay que compartir, me decían.
Gracias a ella me quedaba sin patatas fritas, con varios arañazos en la cara cada vez que la cogía en brazos, y con un diente torcido tras una pelea casera. Lo dicho, vino dando guerra.
Y ahora...sigue exactamente igual. Sigue desafiando a todo y a todos. A todo aquello que dice que no puedes, a todo aquello que te quita las ganas. A todos los que le trataron de parar los pies o de llevar por dónde no debía. No le he visto proponerse algo que no lograra, aunque ello supusiera quedarse sin su tiempo, sin dormir, o generando una fuerte dependencia de 20 cafés por minuto. Para muchos de vosotros es la demostración de que alguien puede estar siempre sonriendo. No es cierto. Yo la he visto llorar, enfadarse y frustrarse. Pero, precisamente porque he podido presenciar esos momentos, valoro cada segundo de esa luz en forma de alegría infinita que nos regala. Esa que se te mete dentro y te contagia, te hace querer ser mejor, te anima en cualquier adversidad, y te sirve de faro hasta en la peor tormenta.
Porque pese a todas esas batallitas que hemos tenido tú, por encima de todo, has sido el mayor regalo que jamás he tenido. Te quise desde el mismo momento en que naciste, pero cada día es un poco más eso que hace que necesite protegerte de cualquier mal. Haces que cada vez que hable de ti cualquiera con medio ojo funcional pueda ver el orgullo reflejado en mi cara y la felicidad de tener cerca a una persona con la que, gracias a unas patatas fritas, he aprendido a compartir mis mejores momentos y mis peores, mis tonterías más estúpidas y mis pensamientos más descabellados. Con la que he aprendido que la confianza plena existe y con la que he comprendido un poco mejor lo que es querer de verdad a alguien.
Veintidós años de aventura que ya llevamos, y los que nos quedan pequeña. Feliz cumpleaños a la mejor persona del mundo. Te quiero, hermanita.